Tesoros en el cielo

“¡Tu vestido era tan hermoso!”, exclamó Libby, contemplando en total asombro la fotografía de sus sonrientes abuelos el día de su boda, hace muchos años. “¿Todavía lo tienes?”, le preguntó emocionada a su abuelita.

“Está en el ático”, contestó la abuela.

Mientras las dos se aventuraban al piso de arriba, Libby se ponía más ansiosa con cada paso.  Se moría por ver las brillantes lentejuelas, sentir el suave encaje y quizá usar el largo velo flotante. 

La abuela destapó finalmente la caja que contenía el atesorado vestido blanco.  Pero para decepción de Libby, solo había un montón de tela amarillenta y polvorienta en el interior.  “Abuela”, exclamó. “¡Qué feo!”  Ya no tenía ganas de probarse ese vestido.

Su abuelita sonrió.  “El vestido ya no se ve tan bien como en la fotografía.  Su belleza se ha desvanecido, pero todavía me recuerda el día en que tu abuelo y yo prometimos amarnos el uno al otro para siempre.  Y ese amor se ha hecho cada vez más fuerte desde el día en que me puse este vestido”.

“Exactamente”, intervino el abuelo, que las había seguido al ático.  “Tu abuela se veía preciosa el día de nuestra boda.  Pero la razón por la que atesoramos ese vestido ahora no es por su apariencia.  Estimamos lo que simboliza”.

“¡Guau!”, expresó Libby.  “¡Tal parece que, después de todo, el vestido no está tan feo!”

“Esto me hace pensar en algo que Jesús dijo”, comentó su abuelito.  “Él enseñó que no debemos desperdiciar nuestro tiempo persiguiendo todas las cosas bellas de este mundo, que se ponen viejas y mohosas, como el vestido de novia de tu abuelita.  En lugar de ello, tenemos que atesorar esas cosas que nunca se deterioran, como el amor que Jesús tiene por nosotros, las promesas que nos ha dado en la Biblia y el perdón y la misericordia que Él nos muestra cada día, sin excepción.

“Tu abuelo tiene razón”, aseguró la abuela.  “Esas cosas eran tan ciertas cuando Jesús murió en la cruz y resucitó por nosotros, como ahora.  A diferencia de mi vestido de novia, jamás se deteriorarán”.  —  SARAH CHILD

EL AMOR Y LA FIDELIDAD DE JESÚS PERDURAN PARA SIEMPRE

VERSÍCULO CLAVE: LAMENTACIONES 3:22 (NVI)

EL GRAN AMOR DEL SEÑOR NUNCA SE ACABA, Y SU COMPASIÓN JAMÁS SE AGOTA.

¿Te mueres por usar la ropa más cara, de comprar el dispositivo más moderno o de jugar el videojuego más popular?  No tiene nada de malo disfrutar las bendiciones que Dios te ha dado, pero recuerda que las cosas de este mundo no duran para siempre.  Su novedad y belleza se desvanecerán.  Los únicos tesoros que tienen valor eterno son los que vienen a través de conocer a Jesús: Su amor por ti y Su promesa de estar contigo para siempre.

Clave de Hoy
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