El ayudante de Dios

Isaí estaba sentado en la iglesia escuchando a un misionero que hablaba de un país lejano mientras mostraba a la clase fotografías en una pantalla grande. En una de las imágenes, el misionero y otras personas vestían con largas batas blancas y tenían bufandas enrolladas en sus cabezas.

—Así es como solemos vestirnos donde vivo —les contó—. El propósito de las bufandas es para evitar que el sol queme nuestras cabezas. En realidad, funciona bastante bien.

Isaí se sentó derecho para ver mejor, mientras el misionero seguía hablando:

—Muchas veces es difícil alcanzar a las personas en este país con las Buenas Nuevas de que Jesús murió y resucitó para salvarnos. Estoy feliz de estar allá porque sé que Dios me envió a contarles sobre Jesús y cuánto Él los ama.

Isaí estaba con los ojos muy abiertos. Nunca había estado lejos de su casa por más de pocos días a la vez. Esperaba que Dios no lo enviara a un país lejano. No quería dejar a su familia.

Al día siguiente, Isaí se sentó en la entrada de su casa. Podía escuchar ruidos en la cocina, donde su madre estaba cocinando y oía el zumbido de la cortadora de césped de su padre en el patio trasero. Al niño le gustaban esos sonidos. Miró a la calle y vio a la señora Valderrama, la vecina, que caminaba a su casa con una bolsa pesada de compras del supermercado. Ella se detuvo frente a la casa de Isaí, dejó en el piso la bolsa y se apoyó en la cerca. La bolsa se volteó y varias latas de comida salieron rodando por la vereda.

Isaí corrió para ayudarla.

—Yo puedo cargar sus compras, señora Valderrama.

La anciana suspiró.

—Oh, gracias, Isaí. Pero antes ayúdame a subir las gradas de mi casa. Estoy tan cansada —la vecina puso una mano en la cerca y la otra en el hombro del niño. Él caminó a su lado y esperaba que ella no se cayera. Cuando llegaron al porche de la casa, la señora Valderrama se sentó en una de las sillas. Vio a Isaí y sonrió—. Dios te envió hoy, Isaí. Él sabía que iba a necesitar ayuda y te envió.

El niño se sintió más ligero cuando regresó para recoger la bolsa de compras. Se dio cuenta de que había muchas formas en las que podía compartir el amor de Jesús con los demás, y ni siquiera tenía que salir de su hogar.

RUTH M. HAMEL

SIRVE A DIOS DONDEQUIERA QUE ESTÉS

VERSÍCULO CLAVE: ISAÍAS 6:8

Y OÍ LA VOZ DEL SEÑOR QUE DECÍA: «¿A QUIÉN ENVIARÉ, Y QUIÉN IRÁ POR NOSOTROS?». «AQUÍ ESTOY; ENVÍAME A MÍ», LE RESPONDÍ.

¿Estás sirviendo a Dios en tu casa? ¿En la escuela? ¿En tu vecindario? No es necesario que esperes a que seas mayor; Él te ayudará a compartir el amor de Jesús con otras personas ahora mismo, sin importar dónde estés. Pídele al Señor que te muestre lo que puedes hacer hoy para Él. Entonces sírvelo por medio de lavar los platos, cortar el pasto, ayudar a un amigo o vecino o hacer cualquier otra cosa a la que Dios te guíe.