¡Desháganse del cencerro!

Samanta suspiró y se puso sus audífonos.  A veces no era fácil ser parte de una familia reconstruida.  Ahora tenía tres hermanos en lugar de solo uno, y siempre estaban pelando.

“Siempre vemos este programa los lunes”.  Jessica se puso de pie frente a la televisión, con sus manos en las caderas.  “Es nuestra tradición”.

“Bueno, ¿sabes qué?”, desafió Rigo.  “Ahora tienes una nueva tradición: ver deportes los lunes”.

“¡Nunca!”  La pequeña Sara se unió a los gritos.

“¡Siempre!”  Rigo sacó su lengua.

Las voces fueron subiendo de tono y se tornaron cada vez más agresivas cuando, de repente, se oyó en la cocina el ruido más aterrador.  “¿Qué fue eso?”, preguntó Rigo, con los ojos abiertos y grandes como sartenes.  El golpe metálico retumbó otra vez.  Y otra vez.  Y otra vez.

“¡Es horrible!”  Sara se tapó las orejas con sus manos.

Mamá y papá entraron a la sala sosteniendo unos objetos raros de metal, propios de una granja, que golpeaban una y otra vez con una cuchara.  El ruido era ensordecedor.

“Papá, ¿qué está pasando?”, preguntó Samanta.

“Este es mi cencerro.  ¿No les parece que su sonido es genial?”

“Por favor, ¡detengan esos golpes!”, rogó Sara.

Mamá y papá se detuvieron.  “¿No les gusta lo que oyeron?”, preguntó la madre.

“¡No!”, respondieron al unísono los cuatro niños.

Papá puso su cencerro a un lado.  “Ahora que lo pienso, a su mamá y a mí no nos gustó lo que oímos de ustedes mientras cocinábamos en la cocina”.

“No estábamos haciendo ruidos tan horribles como los de ese cencerro”, exclamó Rigo.

Mamá suspiró.  “Pero no había amor en sus palabras, niños.  Solo enojo, frustración y avaricia”.

El padre asintió.  “Sabemos que ustedes realmente se quieren, pero será necesario que pase un tiempo para acostumbrarnos a esta nueva familia.  Todos necesitamos depender de Jesús para que nos ayude a hablar con amos y a mostrarnos gracia mientras aprendemos a vivir juntos.  La Biblia dice que, si hablamos sin amor, el ruido que hacemos es horrible, como un címbalo que retiñe…”

“¿O un cencerro?”  Samanta sonrió.  “Si nos acordamos de ser más amorosos con nuestras palabras, ¿harían algo por nosotros?”  El padre hizo un gesto afirmativo.  “Por favor”, pidió Samanta, “¡desháganse del cencerro!”LAURA THOMAS

HABLA CON AMOR

VERSÍCULO CLAVE: 1 CORINTIOS 13:1

SI YO HABLARA LENGUAS HUMANAS Y ANGÉLICAS, PERO NO TENGO AMOR, HE LLEGADO A SER COMO METAL QUE RESUENA O CÍMBALO QUE RETIÑE. 

¿Hablas siempre con amor?  No es fácil, ¿verdad?  Especialmente si alguien te está molestando o si sientes frustración.  Sin embargo, la Biblia nos dice que, aunque digamos las palabras más sublimes, si no hablamos con una actitud amorosa, sonamos como un cencerro desentonado y nuestras palabras no sirven para nada.  Pero la buena noticia es que no tenemos que hacerlo por nuestra cuenta.  Pídele a Jesús que te ayude a hablar a los demás con amor.

Clave de Hoy
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