No me valoran

Romeo pensó en cómo le había ido en su día mientras caminaba de regreso a su casa.  Había sido su turno de recoger los platos del desayuno en la mañana.  Su madre usualmente le daba gracias por su ayuda, pero esta vez no le dijo nada.

Después, cuando iba de camino a la escuela, Romeo se detuvo para ayudar a un niño más pequeño que se había caído y se le cayeron varios libros.  El niño agarró los libros y se fue corriendo sin ni siquiera mirar a Romeo.  “¡Qué chiquillo tan ingrato!”, pensó.

Durante el recreo, en lugar de salir rápido a jugar, Romeo se había ofrecido a entregar las tareas corregidas.  Pasó por todas las filas de asientos, poniendo las tareas en los escritorios.  Cuando terminó, su maestra levantó la mirada.  “Ya te puedes ir”, le dijo distraídamente.

Romeo la miró con curiosidad.  “¿Ni siquiera aprecia mi ayuda?”, se preguntó.

Uno de sus vecinos, el señor Chamorro, era anciano y sufría de artritis.  Como le costaba agacharse, Romeo siempre recogía su periódico después de la escuela, tocaba el timbre y se lo entregaba.  Ese día el señor Chamorro refunfuñó y lo regañó: “¡Llegas tarde!”

Romeo suspiró.  Parecía que nadie apreciaba las cosas que hacía.

“¿Por qué la cara triste, Romeo?”, preguntó la señora Muñoz, que vivía en la casa junto a la de la familia del niño.

Romeo se encogió de hombros.  “Hoy tengo la impresión de que nadie me valora”, contestó.

La señora Muñoz asintió con empatía.  “También me he sentido así.  Y me parece que Jesús también debe sentirse a veces así, ¿no crees?”

Romeo frunció el ceño. “¿Por qué se sentiría Jesús así?”

“Bueno, ¿recuerdas a los leprosos que Jesús sanó?  Solo uno le dio las gracias, y a veces soy como los otros nueve.  Muchas veces no valoro todas mis bendiciones y me olvido de decirle a Jesús cuánto aprecio Su persona y el sacrificio que hizo para salvarme”.  La señora Muñoz sonrió.  “Quiero decirte, Romeo, que aprecio tenerte como mi amigo y como mi vecino”.

El niño sonrió y se sintió mejor, pero se quedó pensativo cuando llegó a su casa.

A la hora de la cena, Romeo se dirigió a su mamá.  “¡Este pollo está delicioso!  Gracias, mami”.  El niño sonrió a su padre.  “Y gracias, papá, por ayudarme a aprender a batear.  ¡Hoy hice una carrera!”  Y esa noche, Romeo tomó un tiempo extra para darle gracias a Jesús por todo lo que hizo por él.  —  CAROLYN E. YOST

EXPRESA TU AGRADECIMIENTO

VERSÍCULO CLAVE: 1 CRÓNICAS 29:13

DIOS NUESTRO, TE DAMOS GRACIAS Y ALABAMOS TU GLORIOSO NOMBRE.

¿Te gusta que te den las gracias por las cosas buenas que haces?  Las demás personas también aprecian la gratitud.  ¿Te acuerdas de darles gracias por las cosas que hacen por ti?  ¿Y a Dios?  Él, sobre todo, merece tu gratitud y tu alabanza.  ¿Lo agradeces por tu familia y tus amigos?  ¿Por proveer para tus necesidades?  Pero, más que nada, ¿le das gracias a Jesús por morir por tus pecados para que puedas tener la salvación?  Dale gracias a Dios por todo lo que ha hecho por ti.

Clave de Hoy
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