Feliz por la cosecha
María Eugenia entró en la sala y arrojó su mochila en el piso. Levantó la vista y frunció el ceño al ver que su padre la estaba observando. “¡No lo entiendo!”
“¿Quieres contarme qué pasó?”, preguntó papá.
María Eugenia suspiró. “Pasó algo con Silvana”.
“Silvana”, repitió su padre. “Es la amiga por la que has estado orando, ¿verdad?”
María Eugenia asintió. “Acaba de hacerse cristiana”.
“¡Qué bien!”, señaló papá. “Sé que le has estado hablando sobre Jesús y le invitaste a la iglesia”.
“¡Ese es el problema!”, exclamó María Eugenia. “Tú sabes por cuánto tiempo he compartido el evangelio con ella, pero fue la señora Núñez quien la guio a Jesús, ¡no yo!”
“Ya veo”, dijo su padre, rascándose la quijada. “Y pensaste que tú eras quien debió haberla guiado para recibir a Jesús, ¿verdad?”
“Claro que sí, yo soy la que ha orado por ella y le ha evangelizado todo este tiempo. ¡Incluso le regalé una Biblia por su cumpleaños!”
“Y esa podría ser la razón precisa por la que Silvana estaba lista para poner su confianza en Jesús”, respondió papá.
“Pero ¿por qué tiene que recibir la señora Núñez todo el crédito por llevarla a Jesús? ¿Por qué Dios no me permitió a mí ser quien lo hiciera?”
“No sé”, afirmó el padre. “Quizá para evitar que te lleves el crédito por eso. Después de todo, la señora Núñez tampoco es la que se lleva el crédito. Hay un versículo en la Biblia en que el apóstol Pablo dice: ‘Yo sembré la semilla en sus corazones y Apolos la regó, pero fue Dios quien la hizo crecer’. Parecería que Dios te permitió sembrar y a la señora Núñez, sembrar. Jesús hijo que tanto los que siembran como los que cosechan deben alegrarse en el tiempo de la cosecha”.
María Eugenia se sentó en el sillón, pensando en lo que su papá acababa de decirle.
“Mira, hija, no debería importar quién estuvo ahí cuando Silvana decidió confiar en Jesús”, continuó papá. “Tú la evangelizaste fielmente por todos estos meses y ahora Jesús ha salvado a Silvana. Alégrate por eso y dale a Él el crédito por cómo Él las usó a ti y a la señora Núñez en su vida”.
“Tienes razón”, admitió María Eugenia. “¡Lo importante es que ahora Silvana conoce a Jesús!” — RUTH I. JAY
EVANGELIZA FIELMENTE
VERSÍCULO CLAVE: JUAN 4:36 (NVI)
TANTO EL SEMBRADOR COMO EL SEGADOR SE ALEGRAN JUNTOS.
Cuando alguien confía en Jesús como su Salvador, ¿te alegras, a pesar de que no recibas el crédito por lo que hiciste para llevar a esa persona al Señor? Jesús nos dice que sembremos y reguemos al testificar fielmente a otros, pero solo Él puede salvarles. Tu parte es ser fiel en contar a otros acerca de Jesús y mostrarles Su amor. Luego regocíjate y dale gracias a Dios cada vez que alguien se entregue a Él.
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