Al borde

Tamara dejó que la cuerda se deslizara lentamente por su mano mientras se alejaba del borde del precipicio, centímetro a centímetro.  Formó una L con su cuerpo, haciendo descansar sus pies en el costado del peñasco.  La niña agarró la cuerda lo más fuerte que podía a través de su grueso guante izquierdo, a pesar de que Erik había dicho que no tenía que hacerlo.  El arnés alrededor de su cintura y de sus piernas le sostenía, pero ella se aferraba a la cuerda con su mano, en caso de que algo malo ocurriera.

Un pasito a la vez, la niña bajó por la pared del peñasco, tratando de no mirar abajo.  Su mano comenzó a dolerle por agarrar la cuerda.  Tamara cambió su dirección ligeramente para rodear una saliente en la roca.  Cuando miró abajo, vio que sus consejeros estaban muy, muy abajo, viendo hacia arriba.

“Tamara, deja de apretar tan fuertemente la cuerda”, gritó Sandra.  “Eso te hace ir más lento.  Aferrarte no te sirve de nada”.

“Estoy bien”, giró en respuesta Tamara, apretando más fuertemente la cuerda cuando dio el siguiente paso.

Entonces algo salió mal.  Su pie resbaló, soltó la cuerda y giró en el aire, raspándose el hombro en la pared.

Pero no cayó.  Se quedó flotando en el aire, con los pies y las manos abiertos, sin que nada la sostuviera, más que el arnés que le rodeaba la cintura.

Aparentemente no necesitaba sostener la cuerda con su mano para evitar caerse.  ¡Y ahora su mano le dolía que había apretado tan fuertemente la cuerda cuando ni siquiera era necesario hacerlo!

Después de revolverse por un momento, apoyó sus pies en el costado de la peña y comenzó a bajar nuevamente, pero esta vez su mano solo descansaba ligeramente en la cuerda.

“Es como la preocupación”, notó Tamara.  “Jesús dijo que puedo confiar en Él, así como Eric dijo que podía confiar en el arnés.  Pero no le creí y apreté la cuerda de todas maneras.  Ahora me duele la mano y no me sirvió de nada”.

Mientras se acercaba a la tierra, Tamara hizo una oración en silencio.  “Jesús, por favor, ayúdame a dejar de preocuparme.  Sé que solo me causa dolor y no me sirve de nada.  Ayúdame a recordar que me salvaste y que, sin importar qué suceda, siempre me levantarás”.  – AMY GLENDINNING

PODEMOS CONFIAR EN JESÚS

VERSÍCULO CLAVE: LUCAS 12:25-26

¿QUIÉN DE USTEDES, POR ANSIOSO QUE ESTÉ, PUEDE AÑADIR UNA HORA AL CURSO DE SU VIDA?  SI USTEDES, PUES, NO PUEDEN HACER ALGO TAN PEQUEÑO, ¿POR QUÉ SE PREOCUPAN POR LO DEMÁS?

¿Estás lidiando con alguna situación difícil en tu vida?  ¿Sientes que tienes que preocuparte para ayudarle a que Jesús se encargue de ese asunto?  No te servirá de nada.  Jesús te salvó cuando no podías hacer nada por salvarte a ti mismo, y Él promete cuidar de ti.  Eso no significa que nunca te pasarán cosas malas, sino que, pase lo que pase, Jesús siempre estará contigo.  ¡No tienes que preocuparte!

Clave de Hoy
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