El ladrón de sandías
Agustín levantó la mirada cuando oyó un golpecito en la ventana. Mamá estaba afuera, haciéndole señas para que la acompañara. El niño presionó el botón de pausa en el control de su juego y salió corriendo al patio.
Su madre estaba de pie, detrás del garaje, mirando al piso. “Aquí hay algo que quiero que veas”, dijo, señalando hacia abajo. “Mira estas plantas”. En ese lugar, casi escondidas por el pasto, Agustín vio un grupo de enredaderas verdes.
“Son plantas de sandía”, explicó la mamá. “Lo gracioso es que nunca he sembrado semillas de sandía”.
“A lo mejor fueron sembradas por accidente”, comentó Agustín. “Quizá una ardilla arrojó algunas semillas ahí”.
“¿Tú crees?”, preguntó la madre, levantando una ceja. “Estaba pensando en otra cosa. ¿Recuerdas cuando alguien robó una sandía del huerto del señor González el verano pasado? Todo el vecindario hablaba del incidente porque estaba planificando entrar en un concurso”.
“Sí”. Agustín hizo un movimiento incómodo. “Era una sandía grande, verde, con rayas, ¿verdad?”
“Me parece que recuerdas más detalles que yo”, dijo mamá. “No me acuerdo cómo era la sandía, pero me pregunto si, a lo mejor, la persona que la robó vino acá, se la comió y luego enterró las cáscaras y las semillas para que nadie se entere”.
“Yo… ah… supongo que eso pudo haber pasado”, susurró Agustín. Su cara estaba sonrojada.
Mamá lo miró de cerca. “¿Hay algo que quieras contarme?” El niño no se atrevió a mirarle a los ojos. “Fuiste tú, ¿verdad, Agustín?”, dijo mamá en voz baja. “Tenía mis dudas el verano pasado, por la forma en que reaccionaste”.
“Yo… Yo… Eduardo y yo lo hicimos”, confesó finalmente Agustín, a punto de llorar. “Cuando enterramos todo, creí que ese sería el fin del cuento. ¡No sabía que esas plantitas iban a crecer para delatarme!”
“No importa cuánto trates de esconder el pecado, este siempre regresa para delatarte”, indicó su madre. “La buena noticia es que, sin importar qué hayas hecho o cómo hayas tratado de ocultarlo, siempre puedes confesarlo con Jesús y Él te perdonará”. Mamá secó una lágrima de la mejilla de Agustín. “Te acompaño a la casa del señor González para que puedas contarle lo que hiciste y también para que le pidas perdón”. – HARRY C. TROVER
NO PUEDES ESCONDER EL PECADO
VERSÍCULO CLAVE: SALMO 69:5
OH DIOS, TÚ CONOCES MI INSENSATEZ, Y MIS TRANSGRESIONES NO TE SON OCULTAS.
Cuando haces algo malo, ¿tratas de esconderlo de los demás, o incluso de Dios? Puede que evites que tus padres, maestros o amigos sepan lo que pasó, pero jamás podrás ocultar nada de Dios. En vez de tratar de mantener tu pecado en secreto, confiesa lo que hiciste a Jesús y pídele que te perdone. Luego pide perdón también a las personas a las que ofendiste.
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