¡No es mi trabajo!
“Josías, ¿podrías, por favor, guardar los juguetes de Amalia mientras le doy un baño?”, gritó su madre. Josías puso mala cara. Estaba en medio de un juego en la computadora. Lanzó a un lado su control y entró enfadado en la habitación de su hermana.
“¡Es tan injusto!”, exclamó mientras lanzaba los juguetes de Amalia en la caja de juguetes. “¡Yo no hice este desastre! ¡No es mi trabajo!”
Al día siguiente, después del entrenamiento de fútbol, el entrenador le entregó a Josías una gran bolsa con ropa sucia. Era el turno de Josías de llevarse los uniformes a casa para lavarlos. Josías lanzó la bolsa de ropa maloliente en la cocina.
“Espera un minuto”, protestó su mamá. “¿Qué es todo esto?”
Josías la miró, confundido. Su madre había lavado los uniformes del equipo de fútbol un sinnúmero de veces. “Es nuestro turno de lavar los uniformes”, respondió el niño.
La mamá lanzó la bolsa de ropa sucia en los pies de Josías. “Bueno, yo no juego fútbol, entonces, ¿por qué tengo que lavar esos uniformes? ¡No es mi trabajo!”
De repente, las propias palabras de Josías volvieron a él. “¡Pero yo no puedo lavarlos!”, chilló. “¡No sé cómo!”
Su padre se levantó de su silla, con una sonrisa burlona. “A ver, hijo, vamos, yo te enseño”.
El papá le enseñó pacientemente a Josías cómo funciona la lavadora. “¿Sabes? En una familia, todos se ayudan unos a otros, Josías, y a veces eso significa limpiar el desorden que hizo otra persona”.
Josías suspiró. “¡Pero limpiar lo que hace Amalia es difícil!”
“Bueno, también es difícil ir a trabajar todos los días”, señaló el padre.
Josías no había pensado en eso antes.
“¿Y qué me dices de tu mamá?”, continuó su papá. “Ella cambia pañales sucios, lava nuestra ropa y limpia el desorden que hacemos todo el tiempo. Imagínate si dejara de hacer todas esas cosas porque no son su trabajo”.
Josías se rio. “Todos estaríamos apestosos”.
El padre sonrió. “Eso me recuerda a la salvación. Jesús vino a la tierra y limpió el tremendo desastre de pecado que nosotros hicimos. Jesús nunca pecó. Ni una sola vez. Pero estuvo dispuesto a morir en la cruz para que podamos ser limpios. ¡Estoy tan agradecido porque Él lavó mis ropas sucias!”
“¡Yo también!”, afirmó Josías mientras metía los uniformes mugrientos en la lavadora.– ANGELA JELF
JESÚS NOS HACE LIMPIOS
VERSÍCULO CLAVE: TITO 3:5
EL NOS SALVÓ, NO POR LAS OBRAS DE JUSTICIA QUE NOSOTROS HUBIÉRAMOS HECHO, SINO CONFORME A SU MISERICORDIA.
¿Te quejas y refunfuñas cuando te piden que limpies el desorden que dejó otra persona? Jesús nos ama tanto que estuvo dispuesto a salvarnos del mayor desorden que ninguno de nosotros podía limpiar: el pecado. Cuando confiamos en Jesús, Él nos quita nuestros trapos sucios y nos viste con ropas tan blancas como la nieve. (Haz clic aquí para que conozcas acerca de las Buenas Nuevas que Dios tiene para ti).
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