Las últimas palabras
“¡Te odio!”, gritó Loida al salir corriendo de la casa. Caminó rápidamente hacia la esquina donde todos los días tomaba el autobús para ir a la escuela. Ya lo podía ver al final de la calle. “Probablemente me castiguen por haber dicho eso”, pensó, “¡pero no me importa! ¡Mi mamá me hace enojar tanto!”
Cada vez que la ira de Loida empezaba a disminuir, a lo largo del día, la niña la alimentaba con pensamientos de amargura. Quería seguir enojada. “¿Por qué mi mamá siempre dice que no?”, refunfuñó consigo misma cuando sintió que la ira se debilitaba. “¿Por qué no puede ser como la mamá de Jazmín? Ella deja que su hija haga todo lo que quiera”.
A la hora del recreo, Loida abrió su lonchera. Junto a su sándwich había una nota. “Hija, te amo. Mamá”. La niña sintió un poco de vergüenza… pero solo un poco. “Mamá solo escribió eso porque se sentía culpable por no dejarme ir a la fiesta de Bella”, dijo para sí.
Cuando llegó el momento de salir de la escuela, Loida había escrito una larga lista de quejas para presentársela a su madre. De repente le vinieron a la mente algunos versículos bíblicos sobre cómo el amor no toma en cuenta el mal recibido y cómo los cristianos deben perdonar a otros del mismo modo que han sido perdonados, pero Loida los sacó de su mente. Debía tener algo para justificar sus palabras enojadas de la mañana, ¡y había tantas cosas que quería decir! La niña estaba examinando su lista cuando el autobús frenó con un chirrido junto a su calle.
Loida se bajó del autobús y oyó el aullido de las sirenas, mientras un camión de bomberos pasó a toda velocidad y giró en su esquina. Unos minutos más tarde vio que las luces brillaban frente a su casa. El terror se apoderó de la niña, quien empezó a correr, tambaleándose un poquito, por la calle. “¿Es nuestra casa la que se está incendiando? ¿Dónde está mi mamá?”, se preguntó frenéticamente.
Finalmente, Loida divisó a su madre, que estaba parada en la vereda, observando cómo los bomberos esparcían agua sobre el cobertizo en llamas que tenían en el patio. Con lágrimas corrió a los brazos de su madre. “Oh, mamá”, susurró, olvidando por completo su lista Davide quejas. “¡Perdóname por la forma en que actué en la mañana! ¡Te amo!” La niña sonrió a su mamá, feliz porque sus palabras de ira y amargura no fueron las últimas que tuvo la oportunidad de decir. — BARBARA J. WESTBERG
HABLA SIEMPRE CON AMOR
VERSÍCULO CLAVE: COLOSENSES 3:13 (PDT)
NO SE ENOJEN UNOS CON OTROS, MÁS BIEN, PERDÓNENSE UNOS A OTROS. CUANDO ALGUIEN HAGA ALGO MALO, PERDÓNENLO, ASÍ COMO TAMBIÉN EL SEÑOR LOS PERDONÓ A USTEDES.
¿Has salido de tu casa después de intercambiar palabras cortantes en enojo con otra persona de tu familia? ¿Alimentas esos sentimientos con pensamientos de amargura? A veces la gente nos hace enojar, pero no dejes que la ira y la amargura tengan la última palabra. Está bien que lidies con tu desacuerdo, pero hazlo de forma amorosa. Jesús te ama y Él puso esa persona en tu vida. Él te ayudará a alcanzar el perdón y el entendimiento.
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