La sangre de alguien
—Oye, abuelito, ¿podemos ir a caminar en el bosque que hay detrás de tu casa? —preguntó Augusto, emocionado, cuando fue a visitar a su abuelo un sábado por la mañana.
—¡Hagámoslo! —contestó el anciano—. ¿Quieres llevar algo para comer?
—¡Sí! —respondió el Augusto, y en pocos minutos salieron a su aventura.
Caminaron toda la mañana y la pasaron muy bien… hasta que el abuelo se tropezó con un tronco y cayó.
—¡Abuelito! —gritó Augusto consternado al ver la pierna de su abuelo, que se había cortado por una botella rota que estaba en el suelo. El anciano tenía una gran herida y sangraba gravemente—. ¡Necesitas un médico! —exclamó el niño.
El abuelo refunfuñó.
—No necesito ayuda —comentó obstinadamente—. Ya casi llegamos a la casa. ¡Estoy bien! —pero después de tan solo unos pasos, el anciano tuvo que volver a sentarse—. Supongo que la herida es muy profunda —dijo con debilidad.
—Dame tu teléfono celular, abuelito —exigió Augusto—. ¡Voy a llamar a pedir ayuda!
El abuelo asintió y le entregó su teléfono móvil. Pocos minutos después, el anciano iba de camino al hospital. Cuando le permitieron entrar en la habitación de su abuelo, Augusto observó con asombro los tubos que llevaban sangre a las venas de su abuelo.
—Mamá me contó que perdiste mucha sangre —declaró el niño.
—Lo sé —afirmó el anciano, apuntando los tubos—. Me alegra que alguien me haya donado esta sangre. ¡La necesito! Probablemente hubiera muerto sin ella.
—Eso fue lo que me dijo mi mamá —Augusto se quedó en silencio por un momento—. ¿Sabes una cosa, abuelito? Me vino a la mente algo que conversamos en la iglesia la semana pasada —el niño estudió la cara de su abuelo. Él siempre había dicho que no necesitaba de un Dios, y usualmente rechazaba cualquier cosa que su nieto dijera sobre Dios o sobre la iglesia, agitando su mano. Pero esta vez el anciano no lo rechazó.
—¿De qué hablaron en la iglesia? —preguntó.
—Así como alguien donó la sangre para mantenerte con vida aquí en la tierra, Alguien más derramó Su sangre para que puedas tener vida eterna —explicó Augusto—. Jesús murió por tus pecados en la cruz.
El abuelo frunció el ceño, pero después asintió.
—Siempre creí que podía arreglármelas perfectamente por mí mismo —confesó—. Supongo que este accidente me ha demostrado que en realidad no soy tan independiente como creía —el abuelo miró a su nieto—. A ver, cuéntame más. Tal vez sí necesito a Jesús. — JAN L. HANSEN
JESÚS DERRAMÓ SU SANGRE PARA SALVARTE
VERSÍCULO CLAVE: COLOSENSES 1:14
EN QUIEN [JESÚS] TENEMOS REDENCIÓN: EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
¿Te gusta hacer las cosas por ti mismo? Muchas veces eso es algo bueno, pero no te olvides que hay algunas cosas que no puedes realizar por tu cuenta. Ninguno de nosotros puede hacer nada para salvarnos a nosotros mismos del pecado. Todos necesitamos a Jesús. Él derramó Su sangre en la cruz para pagar por nuestros pecados, para que pudiéramos tener vida eterna. ¿Has aceptado Su regalo de la salvación? (Haz clic aquí para que conozcas las Buenas Nuevas que Dios tiene para ti).
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