La princesa y el guisante
—Abuelita, ¿podrías leerme el cuento de La princesa y el guisante antes de irme a dormir? —rogó Alondra cuando ella y su hermana se quedaron en la casa de su abuela.
—Oh, ya conoces esa historia —dijo Tania—. La princesa no podía dormir porque había un guisante bajo el colchón. A pesar de que había muchos colchones en su cama, el guisante la mantenía despierta y ella…
—¡No la cuentes! —exclamó Alondra—. Quiero que la abuelita la lea.
—Te voy a leer el cuento —la abuela tomó el libro que Alondra le pasó y leyó la historia—. Ahora sí, es hora de dormir —anunció cuando terminó.
Mientras acostaba a las niñas, la abuela comenzó a tantear bajo el colchón.
—¿Qué estás haciendo, abuelita? —preguntó Alondra.
—¡Estoy buscando guisantes, princesa!
Tania rio.
—No hay guisantes ahí, abuelita.
—Qué bien —afirmó la abuela—. Espero que tampoco haya ningún guisante en sus vidas —ella sonrió al ver la expresión confundida en las caras de las niñas—. El guisante de la historia me recuerda de una vez que hice algo malo —les contó la abuela—. Tomé un poco de dinero de la cartera de mi madre. Creí que no importaba porque no era mucho. Pero mi robo era como el guisante en la historia. Estaba escondido, pero en realidad me molestaba. A veces me despertaba por las noches, pensando en eso.
—¡Igual que La princesa y el guisante! —gritó Alondra—. Pero tú no eres una princesa, abuelita.
—De cierto modo, sí lo soy —explicó la abuela—. Nuestro Padre celestial es el Rey de reyes y somos Sus hijas, entonces, ¿no creen que eso nos hace princesas?
—¡Guau! Nunca había pensado en eso —admitió Alondra—. ¿Qué pasó después?
—Finalmente, no podía seguir tratando de esconder mi pecado. Tuve que confesar lo que hice y pedirles a Jesús y a mi mamá que me perdonaran.
—¿Y viviste feliz para siempre? —preguntó Tania con una sonrisa.
La abuela rio.
—Debo admitir que todavía peco a veces, pero cuando pienso en lo que pasó hace tanto tiempo, es un buen recordatorio para confesar siempre mi pecado. Entonces tengo paz porque sé que Jesús me ha perdonado, ya que Él tomó el castigo por todos mis pecados cuando murió en la cruz —la abuela dio un beso en la frente a cada una de las niñas y apagó la luz—. El Señor quiere que descansemos en Su amor y perdón, ¡sin que haya ningún guisante bajo nuestro colchón!
LUCINDA J. ROLLINGS
CONFIESA EL PECADO Y ENCUENTRA LA PAZ DE DIOS
VERSÍCULO CLAVE: SALMO 32:5 (NBV)
PERO UN DÍA RECONOCÍ ANTE TI TODOS MIS PECADOS Y NO TRATÉ DE OCULTARLOS MÁS. DIJE PARA MÍ: «SE LOS VOY A CONFESAR AL SEÑOR». ¡Y TÚ ME PERDONASTE! TODA MI CULPA SE ESFUMÓ.
¿Tienes algún guisante bajo tu colchón? ¿Has hecho cosas por las que te sientes culpable? No dejes que esa culpa siga punzando tu conciencia porque tratas de ocultar tu pecado. Jesús murió por ti, para que tus pecados puedan ser perdonados y puedas ser libre de la culpa. Confiesa lo que hiciste mal delante del Señor y Él te perdonará. Entonces podrás sentir Su paz.
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