Heridas por el enojo

—¡Cuidado! —gritó Coralina mientras Mauricio, un niño que era su vecino, daba vuelta con su bicicleta frente a ella.  La niña usó los frenos, pero las llantas derraparon y ella se resbaló en la gravilla.  Después de un momento en que se quedó congelada por el miedo, ella se levantó y lentamente cojeó hasta llegar a su casa.

—Me duele mucho la rodilla, mamá —se quejó Coralina, tratando de no llorar, mientras su madre le examinaba la pierna.

—Sí debe doler mucho —afirmó su madre—.  Hay piedritas de la gravilla en ese lastimado.  Vamos a tener que sacarlas todas, o la herida podría infectarse.

Mamá lavó con delicadeza la rodilla de su hija, después esterilizó unas pinzas y las usó para retirar cuidadosamente las piedrecillas.  Coralina hizo un gesto de dolor y sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, pero apretó los dientes y no se quejó.

—Tu rodilla estará adolorida por unos días —le indicó su madre después de vendar el lastimado—, pero sanará sin problemas.

—¡Todo esto es culpa de Mauricio!  Nunca más volveré a jugar con él —aseguró Coralina.

—Ten cuidado, hija —advirtió su madre con dulzura—.  Sé que el descuido de Mauricio hizo que te lastimaras, pero no permitas que el enojo se quede en tu corazón.  ¿Recuerdas lo que podía pasar si la gravilla se quedaba en tu rodilla?

—Dijiste que se podía infectar —contestó la niña.

Mamá asintió.

—Sí, y si permitimos que el enojo permanezca en nuestros corazones, en lugar de lidiar con él, puede llevarnos a una infección llamada amargura.  Entonces, ¿qué debemos hacer con nuestro enojo?

Coralina suspiró.

—Supongo que me ayudaría conversar con Mauricio.

—Estoy de acuerdo —dijo su madre—.  Seguramente siente mucho haberte lastimado.  Podrías pedirle que tenga más cuidado cuando esté montando su bicicleta.

Coralina asintió.

—Supongo que tengo que perdonarlo también, ¿verdad?

—Sí, perdonar a otros evita que la amargura infecte nuestros corazones —explicó su madre—.  Pero esa no es la razón principal por la que debemos perdonar.  Tenemos que perdonar a otros porque Jesús nos ha perdonado a nosotros.  Él tomó el castigo por nuestros pecados cuando murió en la cruz y cada vez que hacemos algo malo, Él nos perdona.  Por eso, el Señor nos pide que soltemos el enojo y la amargura para perdonar a otros, tal como Él nos perdona.

Coralina miró su rodilla vendada.

—Está bien —expresó—.  Conversaré con Mauricio mañana.

KAREN E. COGAN

PERDONA A LOS DEMÁS

VERSÍCULO CLAVE: EFESIOS 4:32

SEAN MÁS BIEN AMABLES UNOS CON OTROS, MISERICORDIOSOS, PERDONÁNDOSE UNOS A OTROS, ASÍ COMO TAMBIÉN DIOS LOS PERDONÓ EN CRISTO.

¿Estás enojado con alguien?  El enojo puede convertirse rápidamente en amargura cuando te aferras a él y te rehúsas a perdonar.  No dejes que la amargura infecte tu corazón.  Más bien, suelta tu enojo y decide perdonar.  Confía en que Jesús te ayudará, y si sientes que tu enojo o tu dolor te abruman, conversa con un adulto.  Jesús te ama y ha perdonado todas tus ofensas, así que Él te ayudará a hacer lo mismo por los demás.

Clave de Hoy
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