El consolador

Amaya estaba acostada en su cama, llorando, cuando alguien puso una pequeña cobijita rosada junto a ella.

—Hermanita, puedes tener mi cobija —una manita pequeña dio palmadas en la cabeza de Amaya y, al voltearse, vio los ojos preocupados de su hermanita, Pierina—. Mi cobijita va a hacer que te sientas mejor —aseguró la pequeña.

Amaya sintió que la cama se hundía cuando su madre se sentó a su lado.

—¿Extrañas a Liliana? —le preguntó en voz baja.

La niña asintió.

—Era mi mejor amiga. Pienso en ella todo el tiempo —dijo secándose los ojos—. ¿Me dejará de doler algún día? Han pasado tres meses desde que murió.

Mamá le entregó un pañuelo.

—Siempre es difícil perder a alguien que amamos, especialmente alguien tan joven como Liliana.

Amaya tomó el pañuelo y se sonó la nariz. Después le entregó la cobija a Pierina—. Ya puedes quedarte con tu cobija, hermanita. Gracias.

Con un suspiro de contentamiento, Pierina abrazó su cobija y su madre cargó a la pequeña, sentándola en su regazo.

—Ese es tu consolador, ¿verdad, hijita?

—No —indicó Pierina, quien se veía confundida—. Es mi cobijita.

Amaya sonrió y levantó el borde de la cobija que estaba extendida en su cama.

—¿Ves esto, hermanita? Esto se llama un consolador.

Mamá asintió, pensativa.

—¿Sabes, hija? Ya que confiamos en Jesús, Dios nos ha dado Su Espíritu Santo para que viva con nosotros y para que sea nuestro Consolador. Él quiere consolarte.

Amaya se sentó.

—Lo sé, mamá. Cuando oré esta mañana, parecía que Dios me decía que recuerde los buenos momentos que tuve con Liliana. Lo hice y pensé en la vez en que ambas decidimos dar nuestras vidas a Jesús en un campamento. Me acordé de que ella está ahora con Él y que la veré algún día, y me sentí mejor por un rato. Seguía triste, pero que sí me consoló.

Pierina sonrió a su hermana, después brincó y dejó la habitación, todavía aferrada a su cobija.

—Algún día Pierina no necesitará mas su cobijita de seguridad —explicó su madre—. Pero, sin importar cuántos años tengamos, siempre necesitaremos a nuestro Consolador, al Espíritu Santo de Dios. Él nos recuerda de las promesas del Señor y Su cuidado, y siempre está con nosotros.

Amaya se levantó y asintió.

—Ya me siento mejor ahora —expresó—. Dios me está consolando.

BARBARA J. WESTBERG

DIOS DA CONSUELO

VERSÍCULO CLAVE: 2 CORINTIOS 1:3

BENDITO SEA EL DIOS Y PADRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, PADRE DE MISERICORDIAS Y DIOS DE TODA CONSOLACIÓN.

¿Te sientes triste porque alguien que amas falleció? ¿Tal vez tienes un amigo especial o quizá aun uno de tus padres, que se mudó lejos? ¿Has perdido una mascota? ¿Hay algo que te preocupa? En este mundo, te pueden pasar muchas cosas que te causan tristeza en tu corazón. Pero, si conoces a Jesús como tu Salvador, tienes el Espíritu Santo. Deja que Él te consuele y te recuerde la esperanza que tienes en Jesús.

Clave de Hoy
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