Fruta de adorno (Parte 1)

Cuando Santiago se despertó una mañana, se sorprendió al ver que estaba en una habitación extraña. Entonces recordó el viaje en avión que lo había llevado a Arizona para visitar a sus abuelos. El niño salió de la cama de un brinco. Era su primer viaje a su nuevo hogar, y no quería perder el tiempo. El sol se metía por la ventana, como una promesa de que sería un bello día.

Santiago miró hacia afuera y, cuando vio un árbol con naranjas colgadas de las ramas, sabía qué era lo primero que quería hacer. Fue corriendo a la cocina, donde encontró a su abuela, que estaba preparando el desayuno.

—Abuela, ¿puedo salir a cosechar una naranja?

—Claro que sí, Santi —contestó la abuela—. Puedes cosechar una, pero las naranjas de ese árbol no son buenas para comer.

Santiago salió y tomó la naranja más grande que pudo encontrar. Se veía tan deliciosa que se preguntó si su abuela estaría equivocada, así que la llevó a la cocina.

—Esta naranja parece que sí está buena para comer.

La abuela cortó un pedazo de la naranja y se la ofreció al niño para que la probara.

—Te dejaré ser el juez.

Tan pronto como su lengua tocó la naranja, Santiago hizo una mueca.

—¡Guácala! ¡Está amarga! ¿Cómo es que algo que se ve tan delicioso puede tener un sabor tan feo?

—Es un naranjo ornamental —explicó su abuela—. Se ve bonito, pero no produce buena fruta.

Santiago levantó la mirada cuando su abuelo entró.

—¿Quieres un poco de naranja, abuelito? —preguntó con una sonrisa traviesa.

El abuelo miró la fruta y rio.

—No, gracias, sé de dónde la sacaste —el anciano se sentó a la mesa—. ¿Sabes? Esas naranjas me recuerdan a mí mismo cuando era joven.

—¿En serio? —preguntó Santiago—. ¿Por qué?

—Solía creer que era una buena persona porque iba a la iglesia, porque obedecía a mis padres y porque trataba de ser amable con los demás. Supuse que, si hacía cosas buenas, eso significaba que iría al cielo algún día. Pero entonces Dios me ayudó a entender la verdad, que nadie puede ganarse su entrada al cielo con lo que hace. Puede que haya parecido bueno por fuera, pero mi corazón estaba lleno de pecado. Necesitaba que Jesús me salvara —el abuelo sonrió—. Ahora sé que iré al cielo algún día, no por lo que yo haya hecho, sino por lo que Jesús hizo por mí.

ESTHER M. BAILEY

CONFÍA EN JESÚS COMO TU SALVADOR

VERSÍCULO CLAVE: ISAÍAS 64:6 (NTV)

ESTAMOS TODOS INFECTADOS POR EL PECADO Y SOMOS IMPUROS. CUANDO MOSTRAMOS NUESTROS ACTOS DE JUSTICIA, NO SON MÁS QUE TRAPOS SUCIOS.

¿Estás tratando de ser una buena persona? ¿Vas a la iglesia, te portas amable con los demás y ayudas a los necesitados? Esas son cosas buenas, pero todo lo bueno que hagas por tu cuenta es como una fruta de adorno: puede que se vea bien, pero no acaba con el pecado en tu corazón. Solo Jesús puede hacer eso. Él murió por tus pecados, para que puedas ser salvo. Confiar en Él es la única manera en la que puedes tener vida eterna. (Haz clic aquí para que conozcas las Buenas Nuevas que Dios tiene para ti).

Clave de Hoy
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